"Lo conocí, varias veces hablé con él personalmente y lo recordaré con admiración mientras viva": senador Horacio Serpa.

 

Fidel Castro fue ídolo de la juventud latinoamericana mucho antes del triunfo de la revolución. Cuando desde la Sierra Maestra luchaba para derrocar al dictador Fulgencio Batista, los muchachos de la época conocíamos el discurso que pronunció en el juicio que le hicieron por el ataque al Cuartel Moncada, y cuando se presentaba cualquier ocasión decíamos con orgullo, "condenadme, no importa, la historia me absolverá".



Todos los días la gente por cantidades estaba pendiente de las noticias que llegaban de Cuba. Yo estaría en tercero o cuarto de secundaria y en el colegio hablábamos de Fidel y de sus barbudos a cada instante. Un primero de Enero llegó la noticia de que la revolución se había tomado a La Habana y fue la apoteosis. Batista era el símbolo de la opresión, de lo dañado, de una malvada persecución al pueblo, y el Comandante, como empezó a decírsele en todas partes a Castro, representaba lo bueno, lo democrático, el compromiso popular, la dignidad de una República.



Cincuenta y siete años después desaparece el caudillo y las principales páginas de todos los periódicos del mundo, las cadenas radiales y los canales de televisión recuerdan al líder carismático que desde una pequeña Isla situada a solo 90 millas de los Estados Unidos se atrevió a desafiar a la más importante, rica y poderosa Nación del Mundo. Lo hizo siempre, aún después de haber entregado el mando a su hermano Raúl, incluso en medio de la apertura que hoy mantiene cercanos a Cuba con la gran Nación. "No queremos nada regalado", fue una de sus últimas frases.



Fidel Castro fue mucho más que la lucha de Sierra Maestra y el gobierno de la Isla. Habiéndose declarado comunista, tuvo el arrojo de dar cátedra en gobierno, relaciones internacionales y economía política a los países que integraban la desaparecida Unión Soviética y a los del mundo capitalista. Castro, con su sabiduría y compromiso social, ocupaba todos los espacios, ya para debatir, ora para ayudar, siempre en primera plana defendiendo la revolución de su país y a los movimientos sociales y contestatarios del mundo entero. Fue una figura de la política universal, elogiada por unos y temida por otros, pero respetada por todos.



Mirada con ojos capitalistas, la gesta de Castro fue un fracaso, porque la califican en los edificios sin pintura, en los carros viejos, en el discreto pasar de los cubanos. Detrás de esa apariencia están los logros sociales de un pueblo que no tiene analfabetas, que le brinda educación a todos sus habitantes, que tiene el sistema de salud más justiciero del hemisferio, que logró desarrollar el deporte hasta colocarlo a la cabeza de los países latinoamericanos, que pudo sobrevivir a 45 años de bloqueo económico y político, sin arrodillarse al imperio, como lo llamaba Castro.

 

Mucho se dirá en adelante sobre el Comandante, cuyo nombre vivirá en la memoria del mundo por años y años. Lo conocí, varias veces hablé con él personalmente y lo recordaré con admiración mientras viva.