En Itagüí, en marzo de este año, presuntamente Liliana M. P. R. amarró a su hija de 12 años a una cama, la amordazó y se la entregó a su compañero Helí A. L., de 70 años, para que la violara. Todo indica que esa infamia venía de años atrás con otros violadores. La Fiscalía le imputó a la mujer cargos por acceso carnal violento y proxenetismo; es increíble la forma como denominamos una de las peores formas de violencia sexual contra los niños, como es la explotación, un macabro negocio en el que unos hampones les venden niños a otros hampones, que pagan para violarlos. Por supuesto al presunto asqueroso violador también lo imputaron.

La violencia contra las mujeres adultas cada día despierta más indignación y repudio de la sociedad, hay movilizaciones y consenso, y las mujeres debemos ser particularmente solidarias en casos de violencia contra nosotras. Sin embargo, esa actitud positiva no se manifiesta con la misma vehemencia, sobre todo de las activistas, cuando las víctimas son niñas y las victimarias son mujeres. En este caso la propia "madre" de la niña.

Todos tenemos la obligación de actuar y con la misma contundencia como rechazamos la violencia contra nosotras, tenemos la obligación de rechazar pública y enfáticamente, cuando las mujeres son las victimarias de hechos atroces contra los niños. Una mujer que parió un hijo, que tiene el privilegio de ser "madre", no tiene excusa para cometer atrocidades como las que presuntamente cometió Liliana M. contra su hija.

Seguramente algunos saldrán a buscar excusas y justificaciones para explicar lo inexplicable o guardarán silencio. Y cuando actúan de esa manera, debilitan la lucha por la mujer y sus derechos, y lo peor, condenan a los niños a sufrir daños irreparables en sus vidas. El 85% de víctimas de violencia sexual en Colombia son mujeres y de estas el 75% son niñas menores de 14 años. El 80% de los agresores son familiares y conocidos. Y en un porcentaje muy alto las mujeres ignoran deliberadamente los hechos, los permiten o los cohonestan. Y eso debe ser severamente castigado. Por acción u omisión es un crimen, que quien debe proteger a sus hijos, los desproteja, los agreda o permita que los agredan.

Entre los animales la gran mayoría de las hembras son un ejemplo de protección de sus crías, de ellas, muchos deben aprender. Una mujer que agreda a sus hijos no merece ser mujer y menos madre, es una vergüenza para el género y merece todo nuestro repudio, especialmente el de las mujeres. Esa es la mejor forma de legitimar la lucha por nuestros propios derechos, entre otros, a no ser agredidas. El silencio y la indiferencia de la cual hemos sido víctimas, nos deslegitima y desdibuja. Nuestros derechos empiezan desde que somos niñas y si desde ese momento no los defendemos, difícilmente seremos respetadas como adultas.

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